Entrevista a Ignacio Julio: “Las Batallas de la Arquitectura”

Entrevista a Ignacio Julio: “Las Batallas de la Arquitectura”

Entrevista al arquitecto Ignacio Julio Montaner realizada por Francisco San Martín.

Ignacio Julio Montaner, arquitecto miembro del Comité de Patrimonio Arquitectónico y Ambiental del Colegio de Arquitectos, publicó hace unos meses un interesante libro sobre el Palacio Arzobispal del Santiago, en el marco de su proceso de restauración en el que participó. Dicho libro, editado por la Municipalidad de Santiago, aborda interesantes aspectos de este singular edificio emplazado en el centro de la ciudad. Conversamos con Ignacio sobre sus principales motivaciones, hallazgos y aprendizajes.

Trabajaste como arquitecto en la restauración del edificio del Palacio Arzobispal, sin embargo no te quedaste solo en esa labor y publicaste un libro de manera autogestionada, ¿qué te motivó a publicar este libro?

Sentí la necesidad de publicarlo para cumplir con un acto de justicia por partida doble. Por un lado, para reconstruir el relato arquitectónico de un Palacio del siglo XIX local, tan potente semiológicamente como su adyacente y mucho más que la opinada catedral. Por el otro, para reivindicar a sus esforzados ejecutantes, varios ignorados historiográficamente; desde arquitectos y/o ingenieros de alta precisión técnica, casi quirúrgica, como Stegemoller; pasando por delicados ornamentadores o “escenógrafos” al decir de la época, como Stefoni; hasta aquellos competentes pero anónimos “albañiles sin arquitectura” que ironizaba a la vez que admiraba en su tiempo el superintendente De Salas.

Podría añadir, en un sentido más general, que publicar este tipo de investigaciones es un acto al que debería obligarse cualquiera que ejerza un oficio práctico como el de la Arquitectura, que se enriquece compartiendo hallazgos y experiencias. Por eso, cabe aclarar, este libro es autogestionado en términos de su creación (investigación, texto e imágenes) pero no en términos de su edición, para la que fui amablemente invitado por la prestigiosa colección Ilustre Municipalidad de Santiago – Dirección de Obras Públicas.

Por último, por qué no decirlo, me gusta que el Palacio desafíe aquellas “imágenes que tradicionalmente se nos han propuesto sobre nuestro pasado supuestamente solemne y casi somnoliento“, como digo en alguna parte del texto, y de paso, llamando la atención de Patricio Gross en su generosa introducción.

¿Por qué se titula las Batallas de la Arquitectura? Pareciera ser que el título da cuenta de una hipótesis o de un hallazgo durante el proceso de restauración.

Es más simple. Además de práctico, la Arquitectura es un oficio aplicado y esencialmente inestable, porque siempre se debe a un “mandante” (qué elocuente expresión ésta) y otras circunstancias cambiantes. Por eso, la Arquitectura nos demanda practicarla porfiadamente, lo que siempre me ha llevado a pensarla en términos de “batallas”. 

En el Palacio detecté, por así decirlo, una primera batalla política cuando -al contrario de lo que podría suponerse- el Gobierno impuso en contra de la voluntad de la Iglesia, el reemplazo de la esquemática casona colonial de los obispos. Con esta decisión se buscaba reordenar o “dignificar” el costado occidental de la plaza mayor de la capital de una joven y aún precaria nación, enriquecida súbitamente a partir de la década de 1850. 

A continuación, para mayor dificultad de la obra (pero mayor interés de mi investigación), se me reveló un constante relevo de ejecutantes con más o menos habilidades, gustos cambiantes y calificaciones aún imprecisas. Recordemos que la profesión de Arquitecto, que entonces también era joven y precaria, luchaba por abrirse paso entre ingenieros militares, agrimensores o simples aficionados. 

En este punto, gracias al Palacio, pude apartarme de la historiografía que tradicionalmente se nos ha propuesto del pionero bretón Brunet, mayormente árida y reiterativa, para apreciarlo actuando más directamente en terreno como el absoluto profesional de la arquitectura que era. Demostrando un empírico respeto por nuestra tradición constructiva local, al estudiar las “composturas” de albañilería que quedaron en pie tras el terremoto de 1852 en la casona de los obispos. O reclamando enérgicamente por un reconocimiento de nuestra profesión desde la Universidad de Chile, incluso a costa de los reparos del rector Bello, quien temía infundadamente que Brunet llevara a sus alumnos a cierta evasión intelectual. 

Brunet, oficialmente “Arquitecto de Gobierno” y fallido primer diseñador del Palacio en 1850, forzó la renuncia del agrimensor José Vicente Larraín, cuando apenas cumplía su segundo año como “Director Científico” de las obras del Arzobispado de Santiago. La victoria de Brunet debió ser contundente, porque reencontré a Larraín en un libro de cuentas del Arzobispado de septiembre de 1851, ahora cobrando como un modesto proveedor de vigas de madera para el Palacio.

Regresando al fondo conceptual del libro, pude establecer otro permanente frente de batalla entre mandantes y financistas de la obra del Palacio; desde arzobispos como Rafael Valentín Valdivieso, que se negaron habitarlo permanentemente, lo que explica algunas muy someras o derechamente inacabadas partes del edificio por más de treinta años; hasta católicos acaudalados como Domingo Fernández, que facilitaron el financiamiento que el Gobierno negaba a la Iglesia (no pude establecer si por una sincera carencia de recursos o una inconfesada intención política), para poder terminar los trabajos de construcción, pero bajo las condiciones de bancos fundados por los mismos financistas, aprovechando las ventajas de leyes bancarias excesivamente liberales promulgadas en la década de 1860.

Podríamos añadir a las anteriores  batallas -y otras más que exploro en el libro- las dadas para introducir nuevos materiales de construcción (el hormigón armado representó un desafío tanto técnico como estético), para acordar el estilo general del edificio (“francés” o “romano”, en términos de la época, referidos al poder civil o eclesiástico) o para alcanzar una adecuada resistencia “estática” (también en palabras de la época) ante la “cuestión de los temblores”, al decir del ingeniero y arquitecto Eugenio Joannon, activo en el Palacio hacia la década de 1910. 

¿Cuáles son las cosas que a tu juicio son las más interesantes del libro?

Además de lo adelantado en mis anteriores respuestas, dejo a quien lo lea el poder descubrirlas según sus propios intereses. 

Pero podría recomendar, entre otros, un epílogo donde se resume mi propuesta de restauración, con algunas comprobaciones específicas; un detallado respaldo documental, basado en evidencias rescatadas cuidadosamente en terreno, cotejadas con fuentes históricas directas, muchas inéditas o poco conocidas; o un desciframiento iconológico de las figuras pintadas en la valiosa capilla arzobispal.

También intento recuperar con este libro, aquello que muchas veces se ha dejado de lado en la historiografía arquitectónica local: la dimensión semiológica de nuestros principales edificios. Para ilustrarlo más didácticamente, decidí abrir la primera parte del libro con un grabado del Palacio publicado por el librero Santos Tornero en 1872. 

El librero nos muestra el Palacio aún en construcción, a la izquierda de la llamada “manzana eclesiástica”, criticándolo por “extravagante”, “defectuoso” y “atrasado”. El mismo año, el cronista Bernardo Suárez lo celebraba como un edificio “remarcable” y “de gusto”. Ambas opiniones, absolutamente contrapuestas, pueden explicarse porque el primero era un reconocido anticlerical y el segundo un preceptor educado en conventos locales.

Estas divergencias nos recuerdan la clave semiológica de que un mismo edificio puede suscitar diferentes emociones, dependiendo de lo que represente y no necesariamente de lo que sea para cada espectador.

¿Qué conclusiones o reflexiones finales te dejó este trabajo?

Nuevamente, acerca de la demandante y frágil naturaleza del oficio que agradezco haber elegido, como el de quienes me antecedieron en este bello edificio. 

Por eso, me doy por totalmente satisfecho si alguien que ejerza la Arquitectura, el arte o la restauración, encuentra en este libro un reflejo -salvando las distancias históricas- de alguna de las dificultades que haya tenido que enfrentar para sacar adelante sus propios proyectos. 

Tal como lo hizo conmigo, espero que el Palacio también libere a ese lector o lectora de especulaciones intelectuales inútiles, porque al adentrarnos en su historia, salen con gran fuerza en nuestro encuentro rastros materiales muy reales y concretos de un largo y tenso desenlace, que explican el edificio tal como podemos verlo hoy; como un auténtico campo de batallas, algunas antiguas pero otras aún vigentes en nuestra profesión. 



Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público.